La iniciación

El verdadero sentido de la «iniciación» (initium en latín: empezar, comienzo) es poner en funcionamiento energías que permitan realizar y expresar las facultades a las que tiende el individuo. La observación de fuentes luminosas de forma directa o indirecta está en el origen de todas las iniciaciones y se encuentra en todas las tradiciones.
Es esta observación, y por consiguiente el fosfeno, lo que da acceso a los poderes del espíritu, aunque muchos consideran que estas capacidades están «reservadas a algunos elegidos o iniciados» porque ignoran la propia naturaleza de la iniciación, aunque en realidad son muy fáciles de conseguir y de desarrollar, siempre que se respeten unas reglas simples.

¿QUÉ ES LA INICIACIÓN?

A la edad de dieciocho años, Francis LEFEBURE fue iniciado por Arthème Galip con una imposición de manos que le provocó fenómenos de clarividencia esotérica, de desdoblamiento y visiones. Arthème Galip le enseñó, entre otros ejercicios, los balanceos de cabeza, con el fin de mantener y desarrollar las capacidades despertadas. Es tras este poderoso inicio que el Doctor LEFEBURE descubrió los fenómenos psíquicos que iban a transformar su vida y a proyectarle en una búsqueda de la cual ignoraba que iba a durar toda su vida.

Las imposiciones de manos, tal como se practicaban antaño, no permitían comprender qué le daba al iniciador tal potencia, y porqué éste podía provocar en el candidato a la iniciación estados de conciencia y fenómenos espirituales. La explicación de estos poderes siempre se vinculó a interpretaciones filosóficas o religiosas.

En la época en la que el Doctor LEFEBURE recibió la iniciación, los fenómenos psíquicos estaban considerados todavía como misteriosos y reservados para ciertos iniciados o para unos pocos elegidos. A los cuarenta y cuatro años, el Doctor LEFEBURE coincidió con el místico indonesio Pak Subuh, y en ese encuentro tuvo la certeza que estos fenómenos eran debidos en realidad a una práctica específica que actuaba profundamente sobre el conjunto del funcionamiento cerebral y que provocaba estados muy particulares de conciencia: como Galip, Subuh se mecía, pero el ritmo era diferente.

Por la tarde volviendo a su hotel tras el encuentro con Subuh, tuvo la idea de observar los movimientos de cabeza tras un fosfeno obtenido con su lámpara de cabecera. Observó que había sólo un movimiento de cabeza que permitía que el fosfeno se balanceara, pues si se balanceaba lentamente, el fosfeno se quedaba fijo, y si se balanceaba rápido, el fosfeno desaparecía.

Fue pues analizando, con la ayuda de los fosfenos, el efecto de los balanceos sobre el cerebro, con el fin de comparar los ejercicios que le había enseñado Galip y los que practicaba Subuh, como el Doctor LEFEBURE hizo su primer gran descubrimiento constatando que el fosfeno aumenta las capacidades cerebrales del individuo.

Este descubrimiento del efecto del pensamiento rítmico sobre las capacidades cerebrales introdujo las técnicas iniciáticas en el dominio de la fisiología cerebral con total naturalidad. Finalmente, esto confiere a la «iniciación» un sentido mucho más profundo que el sentido cultural o intelectual en el cual habitualmente se le encorseta, y no puede tratarse más como un don o una capacidad debida a la calidad moral del individuo. El Doctor LEFEBURE puso en evidencia así, la acción estructurante del ritmo sobre el funcionamiento del encéfalo y sobre el pensamiento.

La «iniciación» no es pues un don de Dios, otorgado a guisa de recompensa a una persona en particular, más exactamente es un don universal para toda la humanidad, que cada uno que puede conseguir siguiendo las leyes de la naturaleza, lo que griegos llamaban «fisiología».

La tradición de los balanceos se encuentra en todos los cultos y en todas religiones. Lo comprobamos tanto en la religión judía, como en la religión musulmana, en la tradición sufí, en la práctica diaria del «sanyasin» de la India, en Asia por ejemplo, en la religión shinto de Japón, en China, en las prácticas taoístas, así como en las tradiciones populares. En Egipto, los arqueólogos encontraron, en sepulcros datados en la época de Akhenaton (Amenhotep IV, siglo XIV antes de nuestra era) pinturas murales que representaban a danzantes realizando balanceos, probablemente rituales.

Paralelamente a esta práctica universal de los balanceos existe otro punto común en los ritos religiosos, en las iniciaciones y en toda búsqueda mística: la observación de fuentes de luz.

Por ejemplo, un fuego para los zoroástricos, una llama para los tibetanos, el sol o la luna en los cultos solares y lunares, el reflejo del sol sobre el agua para el jefe religioso africano o, como Nostradamus, el reflejo de la luna sobre un espejo de plata cuando quería provocar fenómenos de videncia y transmitírselos a Catalina de Médici. En la iniciación a los Misterios de Eleusis, de los que salieron todos los grandes hombres de la Grecia Antigua, filósofos, matemáticos o poetas, observaban una antorcha y debían pensar en una espiga de trigo una vez cerrados los ojos… En el culto católico, un cirio se enciende para rezar. En el culto ortodoxo, el sacerdote se mece rogando y observando la llama del cirio.

También encontramos una utilización rudimentaria e instintiva de la observación de fuentes de luz en los videntes, que colocan una vela cerca de una bola de cristal obteniendo un fosfeno por reflexión de la luz, haciendo la bola las veces de lupa; toda la luz reflejada es más o menos polarizada, esto explica los fenómenos de videncia. Encontramos también el fosfeno en el «espejo mágico» que no tiene nada de mágico aparte de su poder para reflejar la luz. Podríamos así continuar dando centenares de ejemplos sin entrar en consideraciones arriesgadas. A través del estudio de los textos antiguos, religiones, cultos y tradiciones, el investigador se asombrará de comprobar hasta qué punto los fosfenos han estado presentes ampliamente en el desarrollo de la humanidad.

Da la impresión que los que ha sido conscientes de la importancia del papel de los fosfenos en el desarrollo del individuo hubieran procurado disimularlo, por ejemplo con la interdicción, bajo pena de muerto, de divulgar los secretos de la iniciación de los Misterios de Eleusis, o con las persecuciones de las que los taoístas fueron víctimas, por parte de los señores que querían impedir que estos conocimientos se difundieran. Además, un gran número de investigadores han subrayado que, leyendo la Biblia imparcialmente, se observa que el Cristo fue realmente condenado por la divulgación de un secreto; añadiremos, un secreto relativo a una ciencia de los fosfenos. Por otra parte, el fenómeno del fosfeno jamás había sido estudiado hasta este momento, enmascarado en lo que el Doctor LEFEBURE llamó el sentimiento de evidencia. El fosfeno aparece como un fenómeno tan evidente que se olvida plantearse las cuestiones más elementales.

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